El otro día estuve en un concierto.
Se trataba de un grupo colombiano que se llaman Atercliopelados. Aquí en España no son muy conocidos, pero hace años una canción suya se escucho por la radio, y me gustó. Tiempo después y con la llegada de cierta y maravillosa herramienta de Internet pude acceder a toda su discografía. Allí descubrí letras que poco tenían que ver las ñoñerías habituales, músicas originales e incluso colaboraciones de Enrrique Bumbury.
Hay que explicar que Aterciopelados es en un 90% Andrea Echeverri, una excepcional mujer que es la cantante y creadora de casi todos los temas, y de quien encuentro cosas tan sorprendentes en su pagina web, como el viaje por la geografía colombiana, para participar en la ceremonia indígena de carácter mágico, donde se consume cierto cactus alucinógeno, o el anuncio de que en una fecha próxima Andrea actuara como guía en unas visitas al museo de arte contemporáneo de Bogota ( me pregunto si puede haber alguna relación entre una cosa y otra).
El caso es que el otro día me entere de que actuaban en Zaragoza y como además nunca los había visto no lo dude ni un momento. Salí presto de mi trabajo, y tras un mínimo cambio de look me fui al susodicho concierto.
No comenté a ningún amigo ni conocido el asunto porque no creo que conozcan a este grupo así que me fui yo solo mas feliz que paqué.
No me defraudo.
Después de unos teloneros insufribles que se supone que son una promesa local (y que no creo que alcancen mayor repercusión que la de su propio entorno familiar) apareció en el escenario Andrea Echeverri. Aunque no suele interesarme mucho el vestuario de los artistas, la verdad es que la primera imagen que tuve de ella y que se me ha quedado grabada fué la de una mujer de unos treintacuarenta y tantos años, de piel pálida, alta y desgarbada, que vestía una maxifalda vaquera con un enorme corazón rojo rodeado de estrellas por la parte de delante, y un símbolo de la paz de iguales dimensiones por detrás.
Las canciones fueron sucediéndose en un ambiente de complicidad e incluso me atrevería a decir de cariño si no sonase tan sentimental.
Andrea nos canto y contó sus sensaciones como madre de un líndo bebe samado Cristina, escuchamos ritmos indígenas mezclados con sonidos electrónicos, y letras que hablaban de ecología y convivencia entre pueblos, y otros mas antiguos y agresivos, de melodías casi punkis.
Todo esto situado a unos 3 metros del escenario y rodeado de un ambiente de lo mas hippy, indy , power flower o como quieran llamarlo. Guay.
El caso es que salí satisfecho, me quedé bien, con la sensación de salir siendo un poco mejor de lo que había entrado. Quizás la magia de una especie de plumero chamán con que nos ¿ungió?, los regalos de sonajeros hechos por ella con cáscaras de huevo que hecho al público, o el humo aromático que me rodeaba me hicieron pasar un rato inolvidable.
Y si lo olvido siempre puedo volver a leer este post y solucionado.